No sé qué pasa pero la melancolía no me visita: me agrede. No llama, entra, me empuja y me incita a la tristeza. Sumisa, la dejo pasar, me dejo caer, me pongo a llorar y me dejo llevar por todos los recuerdos, parándome en aquel que, incluso cuando llovía, olía a mar.
Entonces sólo podía ver la mar, la misma que me acunaba, protegía y dejaba ser libre.
Y es que el mar
es sólo
para
a
mar
.
.