Recuerdo que me metí en el baño hiperventilando, con las manos en la cabeza intentando relajarme. Me miré al espejo y no vi más que la cara de una loca enfermiza: Los ojos muy abiertos, los labios con la piel escamada y unas ojeras que resaltaban demasiado con el color blanco de la cara. La hipervetilación no cesaba e intenté parar el movimiento de mi pecho con las manos. Me apoyé en la pared y poco a poco fui deslizándome hasta tocar el suelo y quedar completamente tumbada.
El techo parecía tan lejano... intenté cerrar los ojos y calmarme. Y ahí lo vi todo.
De repente, mi mente creó el peor escenario en el que yo podía encontrarme:
Estaba desnuda ante toda esa gente... Conocidos y desconocidos no paraban de reírse de mí y yo no tenía manera de escapar. Sé que bajé unas escaleras en las que nunca cambiaba de lugar y la gente aún podía verme y seguir divirtiéndose con la escena. Chillé, pedí auxilio... De repente me paré, miré a cada uno de aquellos que conformaban el público y dije adiós. Como si de una camisa se tratara, desgarré mi pecho con las uñas, haciendo un surco del cual salieron millones y millones de mariposas negras. Pero de poco sirvió mi asombro cuando percaté que esas mariposas daban dos aleteos y caían desvanecidas sobre mis pies. Mi adiós no había servido para nada, me tiré contra las tablas de aquel escenario y empecé a llorar.
Abrí los ojos y vi aquel techo tan lejano de nuevo...
Como todo, excepto las ganas de destruirme.