lunes, 25 de agosto de 2014

Sobre suspiros y humo.

No sé cuándo fue la última vez que paseé por el muelle del puerto pero aquella tarde decidí volver a hacerlo. Recorrí el pequeño camino que había entre mi casa y mi destino con el cigarrillo apagado, jugando a pasarlo entre los dedos y recogiéndolo un par de veces del suelo. Soy poco escrupulosa. A penas marcaban las 7 y el sol estaba a punto de desaparecer, el otoño se hacía mucho más ameno cuando veía las tonalidades del mar a la hora del crepúsculo.

Al llegar al muelle, a la vez que daba el primer paso me encendía el cigarro. Era divertido pasear por allí pues no estaba agarrado al suelo, flotaba en el mar y me encantaba sentir el movimiento de las olas bajo mis pies. Las farolas, a lo lejos, empezaban a encenderse creando un tono anaranjado en el la ciudad. La verdad es que era un momento para retratar desde mi posición pero sólo llevaba otro cigarrillo más en el bolsillo y el mechero, mi mechero verde.
Me senté al lado de un amarre dejando las piernas colgando, sintiendo el balanceo del muelle y observando la pequeña embarcación que tenía en frente. A los pocos minutos, cuando acabé de fumarme el cigarro, sentí como el barquito era una especie de metáfora de mi situación: amarrada a algo poco estable y aún así flotando.
Dejé pasar la idea igual que entró, el otoño me hacía más sensible de lo normal así que relacioné el efecto con la causa. Entonces recordé a Hume y a los pocos segundos volví a olvidarle.

Creo que fue la tarde que más sola me sentí, ni siquiera me noté en mi compañía y para no alargar más aquella sensación decidí levantarme, poco a poco para no balancear mucho más el muelle. Me quedé parada viendo el barco y, en segundo plano, la ciudad iluminada por las luces y los pocos rayos de sol a punto de desaparecer que surgían entre las montañas.

Volví a encenderme el otro cigarro e inicié el camino a casa, aquella casa que desaparecería en poco tiempo y que, tal vez, volvería a echar mucho de menos.