jueves, 6 de septiembre de 2012

El caballero del país de ningún lugar.

Sentados en un banco del parque donde iban siempre, Amaya decidió cambiar el tema de conversación justo después de la calada.
-Antes de morir, mi abuelo me contó una historia increíble- Le dio otra calada-.
Tara se quedó esperando en silencio a que empezara a contar, pero su amiga permanecía callada, mirando al niño rubio columpiarse.
-¿La vas a contar algún día?
Amaya asintió.
-Fue un día que fuimos a verle, hará mes y medio desde que murió. Si te soy sincera, no me acuerdo bien a que vino, pero me dijo que tenía unos ojos preciosos y a partir de ahí empezó a contarla- Volvió a quedarse en silencio, echaba de menos a su abuelo-. Me contó que, cuando él era joven, conoció a una muchachita. Muchachita-Susurró-. Fue en Plaza Mayor la primera vez que la vio, y estaba leyendo un libro. Ese libro lo escribió mi abuelo y la gente le paraba a menudo para decirle que El caballero del país de ningún lugar le había gustado mucho.
Tara conoció al abuelo de Amaya, era escritor, un hombre muy listo y, sobre todo, inteligente.
-La muchachita, levantó la mirada cuando mi abuelo pasaba en frente. Mi abuelo me comentó que esos ojos fueron los ojos más tristes y bonitos que había visto en su vida. La muchachita, al reconocerle, lo primero que le dijo fue: "Para escribir algo así, no escribas nada". Él, en vez de enfadarse o sorprenderse dijo: "Gracias, lo tendré en cuenta". Dio la vuelta y se fue.
-Que chica más simpática-Ironizó Tara.
-No creas. Al cabo de una semana, mi abuelo recibió una carta de la muchachita de la Plaza Mayor. Le explicó que fue así de grosera porque ese libro fue la razón de la muerte de su padre, ya que, al comprar el libro le detectaron cáncer.
-¿Qué tiene que ver?
Amaya tiró el cigarro al suelo, y junto a la última calada, dijo:
-El caballero del país de ningún lugar habla de la realidad que nadie ve, de la pobreza, de la tristeza, de la desgracia... y su padre, al saber que tenía cáncer, decidió morir y no luchar. Pero, lo más interesante es que ella, en la carta, le daba las gracias porque así, cuando lo leía, se acordaba de su padre y ella sí decidió luchar-Amaya hizo una pausa-. En el funeral de mi abuelo, me la encontré.
-¿La reconociste?
-Creo que era ella, era una muchachita, envejecida, con los ojos más tristes y bonitos que he visto en mi vida.