domingo, 15 de noviembre de 2009

No podía evitar sonreír. El alcohol se le subió a la cabeza, el humo de la hierba le hizo efecto, la música se apoderó de su cuerpo y las personas del lugar le incitaban a seguir.
Echaba de menos poder tener las comisuras del labio levantadas y enseñar esos dientes tan perfectos, pero, por suerte, podía contar de vez en cuando con ese tipo de... compañía.
Esos ojos verdes eran la única razón de su existencia y detestaba esa sensación. Su vida colgaba de un hilo, y en cuanto la llama de esas pupilas y de ese sentimiento se apagase, ni el alcohol, ni las drogas, ni la música, ni los amigos iban a detenerla.
Nació con el instinto suicida que nunca nadie había podido experimentar.