Nada duele más
que el vacío
creado por la
extinción de uno mismo.
Despacito,
muy lentamente,
gota a gota
nos dejamos perder.
Adentrándonos
en aquel lugar
en el que cada uno
se encuentra con su nada.
La nada.
El dolor.
La soledad
absoluta.
Sin vivir
pasan los días
rodeados de montañas
de metal.
De voces
esquizofrénicas.
Enfermos
de placebo.
Ya no existe
nada más
que el dolor
de la inexistencia.
Desvinculados
de todo aquello
que es
lo que tiene que ser.
Enjaulados
en la libertad
controlada
y destruida.
Por todos nosotros:
un minuto
de
silencio