domingo, 22 de noviembre de 2015

Confieso mi amor.

Me despierto temprano. Pongo los pies en el frío suelo de mi habitación y se eriza toda mi piel. Qué sensación más extraña. Me pongo la sudadera y me preparo un café en la cocina. El sonido de la cafetera ya empieza a despertarme. Un suave aroma a café empieza a decirme que es hora de encenderme el primer cigarro del día mientras doy pequeños sorbos a la taza.

Me acerco a la ventana de la esquina, dirección al mar, y me enciendo el cigarrillo. Poco a poco, el mar empieza a volverse de un color cobrizo, poco a poco el cielo, poco a poco...

El día no se da por vencido, el sol vuelve a hacerse paso entre las nieblas marítimas y el olor a frío del rocío se mezcla entre el aroma de la cafeína y la nicotina.

Cierro los ojos y por un pequeño instante, escucho los barcos despertar y a las gaviotas reírse de mí, la estúpida levantada un domingo a las 7. Cierto es que hacía tiempo que no sentía algo así. Y la brisa del mar me peinaba a su manera y me hacía sonreír sin sentido alguno.

Pocos placeres de la vida se asemejan a este.

Siempre el mar curando mis heridas.