Me acerco a la ventana de la esquina, dirección al mar, y me enciendo el cigarrillo. Poco a poco, el mar empieza a volverse de un color cobrizo, poco a poco el cielo, poco a poco...
El día no se da por vencido, el sol vuelve a hacerse paso entre las nieblas marítimas y el olor a frío del rocío se mezcla entre el aroma de la cafeína y la nicotina.
Cierro los ojos y por un pequeño instante, escucho los barcos despertar y a las gaviotas reírse de mí, la estúpida levantada un domingo a las 7. Cierto es que hacía tiempo que no sentía algo así. Y la brisa del mar me peinaba a su manera y me hacía sonreír sin sentido alguno.
Pocos placeres de la vida se asemejan a este.
Siempre el mar curando mis heridas.