Sonaba el piano de fondo mientras yo miraba por la ventana. No me fijaba en nada, simplemente miraba cómo la gente pasaba de un lado a otro, como los pensamientos por mi cabeza.
Aquella melodía me hacía recordar muchas cosas y yo hacía caso omiso a todo. No quería detenerme, tampoco correr. Aún así, hubo varios momentos en los que puse el pause para reflexionar en todo ello.
Recordé el día de su despedida con todo detalle: El sol, el cielo azul, el viento que se llevaba mis lágrimas, mis labios temblando, su mirada diciendo adiós... Aquel mismo día mi corazón se hizo de acero. Poco a poco el sol empezó a esconderse y tampoco quería que saliera. ¡Para qué quiero que brille el sol! Chillaba mi corazón creando el caparazón.
Tris tras...
Pensé en destruir todo a mi paso, pensé en arrasarlo todo, pensé en esconder todo lo que había tras esa roca en el pecho.
La música seguía y me paré a escucharla. Esa melodía llamó a otro recuerdo: Tras la desolación, no recordaba lo que era amar, ni siquiera lo que era amarse a sí mismo. Pero tras un tiempo empecé a hacerlo, y la canción sonaba tan suave y dulce como aquel día en que lo conseguí.
Una sonrisa se dibujó en mi cara y sentí el corazón latir, ahí, vivo y con ganas de vivir. Aquel día el sol salió y empecé a desear que saliera todos los días.
Cerré la ventana. Vi el reloj, era la hora. Cogí la maleta ya hecha y salí por la puerta para irme al aeropuerto, una etapa había finalizado y empezaba otra. No sabía lo que me esperaba, sólo sabía que me esperaba toda una vida por vivir.