martes, 18 de febrero de 2014

Problemas del "primer mundo".

En la habitación hacía quince grados. Eso marcaba el termómetro de la pared.
Era viernes y el exterior marcaba cinco. Diez grados de temperatura me separaban de la noche que venía a continuación.
No sé cómo pero me convencieron. Aún así no paraba de cuestionarlo cada minuto que pasaba y marcaba el reloj, aquel que estaba adelantado veinticinco minutos. La semana anterior veinte y la anterior a la anterior, quince. Yo no sabía qué le pasaba pero, por lo visto, tenía prisa.

Le eché valor, me desvestí y abrí el armario en busca de algún milagro. No voy a decir que me puse lo primero que pillé. Creo que me cambié como cuatro veces de modelito. Los vaqueros negros y la camisa verde a cuadros ganaron la batalla.
Por última vez, me miré al espejo y me convencí de que no iba a cambiarme más de ropa.

Frente a él repetí varias veces Pero... ¿Porqué tengo esta maldita cara?. A la tercera estuve a punto de llamar y decir que no iría, pero vi el eye-liner, el rímel y el pintalabios rojo. Tal vez pueda remediarlo con estos potingues de magia negra. Y, hecho el conjuro, volví a convencerme.
Al pelo, mi otro enemigo, le hice caso omiso. Me peiné y dejé que se despeinara de nuevo a su libre albedrío. No tenía ganas de discutir más.

Último vistazo al espejo, decepción total. Me enciendo un cigarrillo. Bueno, qué más da.
El parecer una malota hacía que pudiese interiorizar el personaje y todo me daba igual: sé que soy estupenda.
Música para animar la habitación, botas como complemento principal para finalizar el look. Mochila, llaves, tabaco, potingues anti-naturalidad y dinero.

Estaba lista. Todo volvía a estar perfecto: no tenía que decidir nada más, sólo salir por la puerta y disfrutar de la noche.
Iba a pillarme la borrachera del siglo hasta olvidar quién era y, si había suerte, no volver a recordarlo.