domingo, 3 de febrero de 2013

Recuerdos nocturnos de un pensador resucitado.

En la noche más larga, sintió la tranquilidad.
Ésa noche, el tiempo pasaba a su favor.

En la noche que duró días, él estaba sentado frente a la ventana, viendo el mar y escuchando las olas hablar con la orilla. Veía la Luna, iluminando hábilmente el cielo para, aún así, ser ella el centro de atención.

Pasó horas despierto, frente a la ventana. Incapaz de conciliar el sueño de lo feliz que era.
A menudo, ser feliz no le permitía dormir. Era feliz y maquinaba cómo serlo cada vez más, junto a la estampa nocturna y la Luna como musa.

En la noche que siempre recordará, decidió por primera vez ser dueño.
Ser dueño de sus tristezas.
Ser dueño de sus alegrías.
De su felicidad.
Pero, ser él, el principal y único responsable de sus actos y sus consecuencias.


Así siempre sería capaz de recordar el cuadro de aquella noche.
La noche en la que mar, cielo y Luna se reunieron para inspirar al más triste de los hombres.