miércoles, 31 de octubre de 2012

Es belleza el dolor.

Había una vez que se encontraba bien.
Había una vez que soñaba.
Hubo muchas veces que lloraba.
Pero, había una vez, una delicada cascada. Una cascada imponente, grande, preciosa... Pero esa cascada suponía una gran caída.
Había una vez una cascada que no estaba acostumbrada a caer tan hondo cada día. No podía entender cómo de estar en lo más alto, caía y caía hasta ahogarse en ella misma.
Pasaban los días y ella no paraba de llorar. Ella quería ser feliz siempre.
Hubo una vez, un día de Sol. Un Sol contento, que observaba el mundo entero despertar. ¡Cómo le gusta!
La cascada lloraba y el Sol le preguntó:
-¿Pequeña, porqué lloras?
La cascada, asombrada porque el Sol le hablaba, contestó con timidez:
-Estoy condenada a hundirme.
Reía el Sol a carcajadas. La cascada lloraba y lloraba, reflejando en sus lágrimas los rayos de esperanza.
-No estás condenada a hundirte. Estás aquí para cautivarnos con tu hermosura, tu sonido, tu olor, con los arcoiris que se forman en tus pies y trepan por tu melena. No llores bonita, es sólo la belleza tu dolor.
La cascada se alegró tanto que, llegada la primavera, más agitaba la melena, llenaba el silencio de su música y disfrutaba al caer cada segundo de su corta caída y largo camino.