miércoles, 25 de abril de 2012

Lo que no mata engorda.

El armario, alto y amplio se encontraba ante mí. La casa estaba vacía, abandonada en medio del campo, rodeada de pinos, muchos pinos y, entre la multitud, en el lado derecho de la casa, un olivo. Un olivo enorme de, seguramente, más de 150 años. Sin puertas ni techo, las paredes pintadas con firmas y frases. Una de ellas me impactó mucho "Si sabes cómo vivir, puedes vivir todo". Ojalá yo supiese.
Aún así, el armario seguía allí. Intacto. Sin nada roto, ni un arañazo.
Me acerqué a él y le dije a Carla que viniese.
Nada más acercar la mano, se abrió un poco la puerta de la izquierda. Me alejé instantáneamente y la puerta se cerró.
Me quedé blanca. No podía ser.
Me volví a acercar y la puerta hizo lo mismo pero esta vez se abrió más. No sólo había acercado la mano, sino que también di un paso al frente. Volví atrás y la puerta repitió el mismo movimiento que antes.
Miré a Carla, tenía los ojos como platos observando la puerta y yo, muerta de miedo, también me moría de curiosidad.
-Déjalo, vámonos.- Me inistió Carla.
-Calla, quiero saber que hay ahí atrás.
Volví a acercarme y, llena de valor, abrí la puerta.
A mi desgracia, había un pulpo gigante.
Chillé, chillé cuanto pude, no era normal y debía estar soñando. Pero yo chillaba y Carla se fue corriendo.
Chillé por última vez.
Aún recuerdo el miedo, aún recuerdo el dolor y más que nada, recuerdo la cara de Carla cuando vio que yo iba a morir.
En el último instante, me prometí a mi misma no adentrarme nunca más en mis propios miedos. Por muy tarde que sea.