lunes, 6 de septiembre de 2010

La avenida quince se postraba ante él.
Él, tarareaba aquella canción que hacía tanto que no escuchaba. En su mano derecha, el cigarro de medio día, en la izquierda, la fuerza, el dolor y el poder.
Sus pantalones dejaban ver aquellos calzoncillos del mercadillo de los viernes, y él no tenía intención de dejar de enseñarlos. Su camiseta de tirantes apretada, marcaba sus músculos débiles que había estado intentando fortalecer. Su corte de pelo al uno y su pendiente, mostraban de él la imagen dura y fuerte que quería aparentar.
Como siempre, buscaba cualquier cosa a la que golpear. Todo el mundo le conocía, todo el mundo
le tenía respeto, todo ese que él perdió de su familia mucho tiempo atrás.
Raúl no quería, Raúl soñaba con la carrera de medicina y trabajar en el hospital. Todos esos sueños se consumieron como su cigarro. Quería querer a una chica, no ser adorado por mil zorras con las que hacer el amor día sí y día también. Quería una vida normal.
Pero ahora él era un matón. Raúl había ganado todas las medallas posibles de un callejero. Raúl tenía su fama, y su fama iba donde él estuviese. Se jodía, le jodían. Sus padres le jodían.
Fuerte, apretó el puño y golpeó la cabeza del primer crio que pasó.
-Raúl, cielo!- La madre del niño se acercó a él, que sangraba por la nariz.
Él, miraba al pequeño que seguía tendido en el suelo, mientras pasaba de largo. Raúl. Ojalá su madre se hubiese comportado tan bien como la madre de Raúl.
Raúl, abrió la cajetilla de tabaco, y sacó otro.
Raúl se consumía bajo el calor intenso del verano, consumiendo los sueños la gente de su alrededor, consumiendo cigarros y demás drogas, mientras aliviase el dolor que sentía por dentro.
Él quería ser médico y dejar de fumar.