martes, 3 de agosto de 2010

Las calles mojadas me recuerdan a aquellas tardes de verano cuando las tormentas se apoderaban del ruido. Los coches que me están pitando al ver que ando a un paso demasiado lento para cruzar el paso de cebra, hacen que no pueda pensar y me gusta. Las personas que hablan a mi lado, hacen distraerme y meterme en otra conversación.
Cruzo la calle. Sigo andando, no me preguntes a donde, por que yo todavía no lo sé. Espero a que alguien se cruce conmigo para poder desviar la mirada del suelo.
Vuelvo a pensar, este caos puede conmigo, y sí, digo caos, con todas las letras bien pronunciadas y con su significado a todo volumen.
Decido sentarme en el banco, no tengo nada mejor que hacer. Los pensamientos, los sentimientos, las emociones, las lágrimas... todo eso se comprime en mí, intentando buscar algún lugar en el que tranquilizarse, pero mientras, andan rebuscando haciéndome sentir incómoda.
Todavía no sé como he llegado a parar a todo este montón de mierda y paso de encontrar un porqué. Reprimo las ganas de llorar, hay que ser fuerte, encontrar el punto en el que nada ni nadie consiga hacerme daño.
Me levanto, no tengo nada por hacer.
Por mucho que ande y que me moje no voy a evitar dejar de pensar en todo, y de rebuscar en cada cosa una mínima demostración de algo que me haga sentir bien.




El texto tiene sus meses, lo escribí en noviembre.