domingo, 11 de abril de 2010

Aquella tarde llovía, yo quise salir a dar una vuelta, al menos para que mi pelo se despeinase algo más a causa del viento. No me había peinado ni pintado, las ganas ese día me abandonaron.
El cielo gris, me daba cobijo, pero detestaba ese tiempo. Sin luz, todo mojado, frío y húmedo. El paraguas no me servía de nada realmente, me daba igual mi aspecto aunque quizás no me daba igual el resfriado que podía pillar si no lo usaba.
El aire frío entraba por las fosas nasales y llegaba caliente a los pulmones, creo que eso era lo único que me hacía sentir bien después de todo. Mi corazón... ya no sabía si podía llamarle así. ¿A caso quedaba algo de él? Hasta un jarrón de cerámica esparcido por el suelo estaba en mejor estado que mi corazón.
Mis manos habían perdido el sentido del tacto, el frío calaba en mis huesos y la lluvia mojaba mis zapatos, sí, aquellos nuevos que me compró.
Entre las nubes rayos de sol salían vergonzosos de ser muy observados. Mis labios, se curvaron y mis ojos brillaron. Quizás el sol no me visite siempre, pero almenos sí cuando lo necesito.
Aquella tarde llovía, ahora hace sol.